La divina Comedia de Dante, adaptada por Seymour Chwast (Libros del Zorro Rojo) Traducción de Mariana Borrás | por Toni Junyent

Seymour Chwast | La divina Comedia de Dante

Me permitiréis aventurar, parafraseando los primeros versos de la Divina comedia de Dante Alighieri, que todos estamos perdidos a mitad del camino de la vida. Incluso puede que el ilustrador neoyorquino Seymour Chwast, que nació en el Bronx en 1931 y adaptó el célebre poema de Dante para la editorial británica Bloomsbury con casi ochenta años, siga sin haber descifrado del todo el jeroglífico del estar aquí. Tras lanzar a principios de este año Hell. Guía ilustrada al infierno, que Chwast firma junto a Steven Heller, Libros del Zorro Rojo prosigue su reivindicación de este influyente artista visual publicando en España su libérrima visión de uno de los textos más importantes de la literatura italiana. Dice Chwast que, para bien o para mal, su forma de dibujar no ha variado mucho desde que contaba nueve años de edad, cuando la guerra mundial en curso empezó a inspirarle escenas bélicas. Tiene sentido, entonces, que después de toda una vida siga dibujando infiernos. Lo cierto es que lo primero en lo que uno se fija, al hojear el libro, es en la liviandad festiva del trazo de Chwast: si el de Dante por el más allá es un viaje a través de todo el espectro de posibles imperfecciones del alma o transgresiones morales, podríamos decir que el ilustrador norteamericano no peca en absoluto de soberbia ni tampoco se encoge de hombros ante el poeta, filósofo y político italiano. 

A priori, una aventura de esta índole podría incorporar la clásica declaración de intenciones en la que el autor desgrana su proceso de trabajo y parlotea sobre el reto de traer al presente la obra en cuestión. Pero nada más lejos de la intención de Chwast que acometer algo así como una guía didáctica de la Divina comedia ni de saturar al lector con explicaciones. El volumen se abre con una breve biografía de Dante Alighieri, que al fin y al cabo es el autor del texto del que parten las ilustraciones, e inmediatamente descubriremos las facciones de su alter ego en el libro, al que Chwast caracteriza como un detective que fuma en pipa y gasta gabardina. No tardará en unirse a su travesía el poeta romano Virgilio, un rechoncho caballero de impecable atuendo que, pajarita al cuello y bastón en mano, le guiará en su travesía por el inframundo. Bandidos con metralletas y dignatarios encorbatados desfilan por las páginas del libro; Dante dio forma al poema durante su exilio por distintas ciudades italianas, tras ser expulsado de Florencia debido a sus lealtades políticas, y sazonó su obra de alusiones a la corrupción de gobernantes y eclesiásticos, de las que Chwast se hace eco con sutileza. 

Gestada entre 1304 y 1321, año en que falleció su autor, y publicada por primera vez en 1472, la Divina comedia se compone de tres partes —Infierno, Purgatorio y Paraíso— divididas a su vez en treinta y tres cantos, más el introductorio. Chwast mantiene en buena medida esta estructura, e incluso indica la separación por cantos, aunque algunos le ocupen una o más páginas y a otros les dedique solo una sección de las mismas. Evitando fragmentar excesivamente las páginas en viñetas, el ilustrador neoyorquino nos ofrece una sucesión de estampas pintorescas en las que el humor absurdo y el toque contemporáneo nunca resultan impostados. Ocurrencias desternillantes las hay por doquier, y no es menester destriparlas aquí, aunque es tentador mencionar, por ejemplo, ciertos gráficos impagables que muestran los distintos niveles de gravedad del pecado. Por supuesto, quienes conozcan bien el poema de Dante —no es mi caso, lo confieso— hallarán muchos más matices y correlaciones. 

Todos nos habremos topado alguna vez con uno de esos increíbles relatos de abducciones extraterrestres, que alteran significativamente la cosmovisión de quien las sufre. El viaje de Dante, espoleado por Beatriz, su amor platónico, en pos de la iluminación mística, se lee por momentos como una de dichas experiencias. «¿Podré volver?», se pregunta su personaje justo antes de partir. Tras sesenta cantos en los que los protagonistas atraviesan, una detrás de otra, estancias repletas de pecadores sufriendo todo tipo de martirios, se hace la luz al reencontrarse el poeta con la faz de su amada y durante varias páginas es como si nos salieran chiribitas en los ojos. La ligereza con la que se lee este cómic podría llevarnos equivocadamente a tacharlo de anecdótico, a invocar apolilladas concepciones de narrativa y profundidad dramática. La divina Comedia de Chwast es, ante todo, un ejercicio de libertad a cargo de un autor que nunca ha trabajado bajo el corsé de géneros o formatos concretos. Si acaso, se puede percibir la soltura de trazo y la sencillez expresiva que dan sesenta años de carrera en las artes gráficas y el haber ilustrado numerosos cuentos para niños. 

El de La divina Comedia no fue el único encargo del ilustrador para Bloomsbury a principios de la década pasada: de forma consecutiva, adaptó también el Ulises de Homero y Los cuentos de Canterbury de Chaucer. Hay que remontarse a 1984, año en que Anaya editó el cuento ilustrado La mujer hoja, para dar con algo de Seymour Chwast en español. Algunos buenos amigos ilustradores, de esos que se afanan en remontar incansablemente el río del cómic en busca de maestros inadvertidos, me reconocían que no tenían demasiado situado a este artista todoterreno. Quizá ello se deba en parte a que Chwast empezó despuntando en el campo del diseño gráfico a mediados de los años 50 del siglo pasado, cuando fundó Push Pin Studios junto a Milton Glaser, dejando una huella indeleble en la cultura visual americana a través de carteles y numerosas portadas de libros y discos. De Botticelli a Miquel Barceló, pasando por Dalí, son unos cuantos los artistas que se han inspirado en la Divina comedia, pero probablemente ninguno con la frescura de Chwast, por lo que cabe celebrar que en Libros del Zorro Rojo se hayan propuesto ponerle de nuevo en el mapa. 


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